Con el característico sonido de un chiflo que anuncia el paso de este peculiar artesano ambulante, que circula por las calles con su piedra de esmeril, listo para sacarle filo a los cuchillos, cuchillas, tijeras, navajas y otros utensilios cortantes.
Es Luis el afilador, que lo encuentro sentado afuera de una papelería, muy concentrado, sacándole filo a una guillotina, utilizando sus manos y pies, vestido de manga larga, con una gorra oscura, volteada hacia atrás. Me dice que nació en La Piedad, Michoacán, y precisa que solo viene por temporadas, pero que huye antes de que llegue “el calor”.
José Luis Covarrubias, es el nombre del afilador, que a la pregunta de ¿si hay trabajo? contesta: “mi trabajo es como dice el dicho, Hay veces que nada el pato y hay veces que ni agua bebe”. Luis sigue trabajando y a la par nos presenta su herramienta de trabajo: “este es mi esmeril manual, a mi moto le hice una adaptación, en la parte de enfrente bien fija, apunta una bocina blanca de buen tamaño de la que emite la grabación del chiflo, aunque también trae en su mochila
el instrumento de plástico, que a leguas denota que tiene varios años de uso. Le pido que lo use para escuchar ese sonido que me transporta a mi niñez.
Luis nos indica que anda por las calles, para quién necesite de sus servicios. Aunque ahora hay muchos aparatos que afilan, nunca quedan igual a como yo los dejo, asegura el rebocero. El oficio lo heredó de su señor padre, él y sus hermanos, uno que vive en Sinaloa y otro allá en La Piedad.
Mientras sigue la plática toma una navaja que está en el suelo a un costado de su bota y con la mano derecha le da vuelta a la manija del esmeril, impacta con maestría la navaja contra la piedra, emitiendo a la vez ese sonido que hace pegar la piedra con el acero a cierta velocidad. A la par del sonido vemos una lluvia de chispas que parecen fuegos artificiales, y al final la navaja quedó lista para atravesar papel, cartón o tela, según sea su utilidad.
Don Luis Presume que es especialista en afilar alicatas, no cualquier afilador se avienta con ese jale.
Luis termina de armar la guillotina, se despide para perderse por la ciudad, mientras se escucha el silbido peculiar del afilador; un sonido que ha trascendido a través del tiempo y se niega a perder la batalla contra el canto de las sirenas de la tecnología doméstica.
Texto y Fotografía:
Luis Miguel Aragón Casas.
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